26.04.2025 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Días pasados, caminando por las calles de La Laguna, pude observar varios menores africanos pidiendo en las entradas principales de los establecimientos de cafeterías y centro comercial de Mercadona. Pedían dinero. Incluso, uno de ellos amenazó de dar una bofetada a una persona mayor si no le daba dinero. Sin duda, son casos aislados, pero que no dejan de tener un interés preocupante. Menores que han llegado en cayucos al Archipiélago canario desde Senegal, después de siete largos e interminables días. En realidad yo no sé cuál será el futuro de estos menores, pero tampoco ellos lo saben, salvo los que queden en nuestras islas, con un seguimiento educativo, social y un oficio profesional, podrían ser las puertas de sus salidas tras dejar atrás un abismo, donde les llevaría a una condena social segura.
Así mismo, y por lo que estoy viendo, la inmigración africana no tiene de momento fecha de caducidad, aunque ya hay una nueva Ley establecida al respecto. Sin embargo, cuando las aguas del Mar Atlántico decidan descansar, los cayucos mafiosos estarán nuevamente preparados para dar salida a otros grupos de inmigrantes africanos con destino a Canarias. Eso es lo que vemos que llegan por aguas saladas del Mar Atlántico. Ahora bien, también hay que tener en cuenta los que llegan a través de los aeropuertos internacionales.
Por otro lado, sabido es que la inmigración africana es de pura necesidad, pues las castas más bajas son las familias más pobres y sin derecho a un futuro mejorable en sus respectivos países. En ocasiones hablamos, criticamos, juzgamos y condenamos a estos inmigrantes que se juegan la vida en cada momento por abandonar un país que no les ofrece absolutamente nada, motivando cruzar la ruta más peligrosa como es el Mar Atlántico. Es por ello, que muchos de ellos yacen bajo las fauces de este Mar profundo y difícil de navegar. Aunque en condiciones bien distintas, muchas familias de nosotros también fueron emigrantes, en largas travesías en barcos de velas y motores con destino a Venezuela y Cuba. Repito, una emigración partida desde Canarias que nada tiene que ver con esta inmigración actual africana.