Establecimientos o ´ventitas´ de comestibles de antaño: el fiado

30.10.2021 | Redacción | Opinión

Por: Rafael J. Lutzardo Hernández

Hubo otra época, donde las pequeñas ´ventitas´ de comestibles ayudaron mucho a mitigar el hambre entre las familias más pobres de Canarias. Tiendas comestibles que sirvieron marcar un importante referente en la historia contemporánea de Canarias. Por poner un ejemplo, en la Calle San Sebastián de la capital tinerfeña habían varias ventas. Es decir, la venta de Erasmo; Fina y Bernardo y en otra calle, frente al antiguo Hotel Diplomático, Los Palmeros. Sin duda, aquellos pequeños negocios de comestibles muy populares en los años 1953 y 1960 en la capital tinerfeña, entre otros, resolvieron muchos problemas en las vidas de muchas familias, pues no todas podían acceder a productos de primera clase como el jamón york, pescado salado y fruta de temporada. Lo normal, y a través del “fiado”, las familias más pobres compraban medio paquete de Mantequilla Margarina la Niña, un litro de petróleo para las cocinillas de aquella época, gorros y estupidores; aceite, jabón lagarto, papas, leche en polvo, cereales, pastas, velas con la etiqueta del elefante y latas de leche condesada como: La Lechera; Cuatro Vacas y Campo Verde.

AÑOS 50

Por otro lado, haciendo un poco de historia, en los años 50, aquellos pequeños establecimientos de comestibles o las pequellas ´ventitas´, motivaron un trato entonces muy familiar, dado que los barrios eran como pueblos. Era una época donde existía un gran sentimiento de comunidad, donde la confianza era moneda de cambio y donde el comerciante, era uno más como si se tratase de

AÑOS SESENTA

Metidos ya en los años sesenta, el ritmo de vida era diferente y quien tomaba las decisiones de qué y qué no se compraba en el hogar le correspondía a la mujer. Una fémina que aún no había comenzado a emanciparse profesionalmente hablando y que se dedicaba sobre todo a “sus labores”, repartiendo su día en actividades como dejar a los niños en el colegio, la compra, limpiar la casa, hacer la comida y vuelta a empezar. Y las familias, eran familias en el más amplio sentido de la palabra dando lugar y espacio a cuantos hijos llegasen.

El formato que imperaba entonces en las ciudades y en alos pueblos era la tienda de proximidad, las tiendas de toda la vida y los mercados y galerías estaban ocupados por un sinfín de comerciantes que conocían a la perfección a sus clientes. Vendedores y consumidores se tuteaban, se preguntaban por la familia y se preocupaban los unos por los otros.

Las grandes superficies irrumpen en los 70-80

Son los años en los que comienzan a proliferar e implantarse las grandes superficies, como consecuencia entre otras regulaciones, de la liberalización de horarios; pero también de importantes cambios sociales que plantearon nuevas reglas desde el lado de la oferta y también del lado de la demanda.

La mujer de los años 60, pese a convivir con la de los 70 y 80, se transforma. Comienza a incorporarse al mundo laboral y ya no puede ocuparse de llenar su cesta de la compra diariamente y ante esto el mercado, como ente vivo, reacciona.

Las familias tienen que seguir comprando y comiendo, pero ya nunca lo harán bajo un único formato, e hipermercados, supermercados y grandes superficies, situados en zonas periféricas, explotarán durante muchos años dicho cambio social.

Los 90 se convertirán en la era de la promoción y la oferta

La compra en el hipermercado parece integrarse en el ocio familiar y son muchas las familias que los sábados acuden con sus hijos y con el carrito a rebosar compran lo que se necesita y también lo que no, estimulados por el producto de impulso y la enorme intensidad de promociones y ofertas.

Entre los años 80 y 90, como efecto colateral de esta nueva tendencia de consumo, los mercados y galerías iniciaron su modernización, innovando y adaptando su oferta y estilo a los nuevos hábitos de consumo.

Los establecimientos de comestibles en Canaries.

Retrocediendo nuevamente a la vida social de Canarias y en lo que respecta a las ventas de comestibles, en muchas ocasiones, muchas familias que residían en la ciudad santacrucera, no tenían mucho dinero y por tal motivo acudían a los pequeños establecimientos de comestibles. También, en alguna ocasión llegué a escuchar al ventero de forma graciosa: “dile a tu madre que me debe tres meses”. De la misma manera, por aquellos años 1953 a los sesenta, muchas familias hacían la comida con leña, especialmente las que vivían en las cuevas de los barrancos.

Del mismo modo, también hay que recordar, que en los años sesenta y setenta, muchas personas vivián en las cuevas de los barrancos. En concreto, el que yo conocí y transité muchas veces. Es decir, el Barranco de Santos, en cual estuvo bajando aguas durante muchos años, donde había algunas especies de peces de colores pequeños, anguilas, sapos y ranas. Barranco que lindaba con la casa de mi familia; Calle San Sebastián. En dicha calle, habían varias ventas de comestibles como fueron: la venta de Erasmo; Fina y Bernardo y al fondo, donde estuvo la Lechería Mascareño, y frente el Hotel Diplomático, la venta de los Palmeros.

Por otro lado y en lo que respecta al fiado, Miguel Ángel Morales Mora lo recuerda de la siguiente manera. Desde luego no fue en el Valle donde se inventó el "fiado", pero si uno de esos lugares donde se empleó con la eficacia que da la necesidad, en una época en la que la "liquidez" disponible era escasa y la solidaridad fue la luz que alumbró la salida del túnel por la vía de la cohesión social.

Recuerdo aquellas tiendas o "ventas", especie de "colmados" o "general store" de los anglosajones, donde se podía comprar desde unas alpargatas, hasta el café o el aceite, pasando por jaboncillo, libretas para la escuela, productos para el campo o pienso par el ganado, y aquellos alimentos a granel que se envolvían artísticamente con el papel que se encontraba siempre sobre el mostrador de madera. En algunas había una especie de "privado" para "echar la mañana" o "la tarde": vino, "caña" o aguardiente de parra, que se destilaba de las "madres" del vino en el mismo pueblo. Más tarde llegaría la cerveza que se tomaba "del tiempo" (no habían neveras, ni electricidad hasta la noche).

Y en todas ellas un libro de cuentas, con las tapas de cartón de un jaspeado azul o verde y en el que nunca figuró "debe" o "haber", sino los nombres, las fechas y las cantidades adeudadas por los clientes. Estos, a su vez, llevaban unas pequeñas libretas (con tapas o cubiertas muy parecidas a los libros de la "venta"), en las que el comerciante apuntaba la compra que se había hecho, mencionando cada uno de los artículos, las cantidades y los precios. Era tal la confianza mutua que, a veces, se apuntaba con lápiz y nadie era capaz de modificar lo que allí se escribía.

Bueno, siempre hubo y seguirá habiendo, el "listillo" o "listilla" que, de una u otra parte intentaban modificar el "statu quo" establecido falseando alguna "cosilla", pero los que eran cogidos en la trampa se sometían a un juicio popular, rápido y sin apelaciones posibles. La sentencia: la exclusión del sistema.

La libreta se "arreglaba" al final de cada semana o cuando se cobraran los plátanos, que constituían el sostén económico de muchas familias. Casi nunca se pagaba la deuda en su totalidad (el salario semanal o la agricultura no daba para tanto) y quedaba una parte pendiente que fidelizaba a ambas partes. Los casos en los que el contrato verbal establecido se rompía y se llevaba la libreta a otra tienda, eran muy escasos, pero antes había que pagar la deuda contraída en el establecimiento que se abandonaba.

Ya al final de la década de los setenta, comenzaron a sustituirse las ventas de toda la vida por pequeños autoservicios donde se habían renovado las estanterías y los mostradores sustituyéndolos por otros más modernos y estéticamente mejorados. Pero el cambio más impactante se produjo a la salida de los mismos: la antigua caja de madera donde se recogía el dinero de las actividades diarias, fue sustituida por las modernas cajas registradoras donde no existía la tecla del "fiado".

Rafael J. Lutzardo Hernández

Rafael J. Lutzardo Hernández

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