07.03.2021 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
Este año es diferente. El Día de la Mujer, digo. Hoy. El 8 de marzo del año veintiuno, del siglo XXI, aún queda un largo camino para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres. La pandemia ha puesto en evidencia algo que sabíamos pero de lo que pasábamos de largo. Sin el trabajo precario de tantas y tantas mujeres, la sociedad se para: sin enfermeras, limpiadoras, cajeras, cuidadoras de niños y de ancianos... En las condiciones más duras, sin seguridad laboral, retribución justa ni reconocimiento social.
Manifestarse es un derecho fundamental que lo es más si como en este caso no se ejerce. O sí, pero de otra manera. Nunca nos planteamos que existen otras posibilidades, más en una situación como la actual. Aplausos, caceroladas, protestas online, exhibición de banderas, pancartas o lazos; no manifestarse en la calle no es renunciar, porque otra reivindicación es posible.
El año pasado sabíamos muy poco del virus. Y aún estamos lamentándolo. Este año –con más de 70.000 muertos- ha sido demasiado duro para ignorar lo bien que se reproduce en las multitudes casi siempre incontrolables. La ruleta rusa es un juego peligroso. Esto es peor. En aquella puede morir quien participa. Aquí el disparo mata al que aprieta el gatillo y a incontables eslabones de una cadena interminable que se forja entre irresponsabilidades y el azar.
Evidencio que toda manifestación que conlleve riesgo para la salud debe ser prohibida, es más, ni siquiera debería ser convocada. Causas perentorias, como la defensa de las mujeres, los sanitarios o los hosteleros, pueden esperar. Cuanto más, causas ¿ilusorias?, como el derecho a decidir o la libertad de expresión de un rapero faltón.
El que no espera cuando nos reunimos, cuantos más mejor, y gritamos, cuanto más mejor, es el virus. Aunque se restrinja el número de asistentes, se celebren al aire libre y se usen mascarillas, los organizadores de las manifestaciones no pueden garantizar la distancia social. Quien niega la relación causa-efecto entre manifestación y contagio es tan negacionista como el que considera que la pandemia no es más que una gripe.
La Constitución reconoce el derecho a la manifestación pacífica, pero ciertas manifestaciones comienzan en paz y acaban en disturbios callejeros, en los que esa causa-efecto aumenta de modo exponencial, debido a la participación de individuos alterados, tapados y destapados, que convierten las manifestaciones en altercados, donde se pasa de lanzar consignas a lanzar adoquines y de quemar fotos a quemar contenedores.
Tampoco proceden aglomeraciones eufóricas, tanto para recibir al equipo de fútbol como al líder que ha ganado unas elecciones, pues el virus no distingue entre contentos y descontentos. Hasta los partidarios de salvar la Semana Santa debieran comprender que las procesiones vienen a ser lo mismo.
No estaría mal que, a falta de manifestaciones el 8-M, todos conversásemos en casa ese día sobre la situación de la mujer, que continúa siendo manifiestamente mejorable. Y mejor aún, deberíamos romper con el tabú de los cuidados. Cambiar el “yo ayudo” por el “compartimos las tareas”. Que eso sea la cotidianeidad de cada casa. Es imprescindible incorporar a los niños a la cultura de los cuidados. Y que esto, específicamente esto, sea lo que haga a este 8-M diferente. Sería todo un éxito. Porque nadie es machista, sino se educa en el machismo.
Imagen de archivo: Alejandro de Bernardo