Algunas notas en torno a Gula, de Ángela Molina.

23.03.2017. Redacción / Cultura

Por: Antonio Arroyo Silva

Entre el horror y el placer, entre el infierno y el paraíso, nuestra poeta venezolana Ángela Molina nos presenta un poemario breve; pero de una intensidad que a mi entender le proporciona muchísima eficacia al conjunto. Y esta concentración, por tanto, produce un estallido poético que demostraremos más adelante. Hablamos de Gula.

No en vano abro este comentario con la preposición entre, que no solo caracteriza a la obra sino a la poeta, por su condición de hija de emigrante canario en Venezuela, tema ya tratado en su poemario anterior, Aclaratoria. Esto le da a la poeta una doble condición fronteriza en cuanto a la cosmovisión y en tanto a la expresión poética, no solo como venezolana sino como mujer. Y estas circunstancias son el motor que impulsan a Ángela Molina a un alejamiento crítico necesario para observar la realidad por encima de los determinismos y clichés poéticos e, incluso, socioculturales. Doy fe de que nuestra autora cuenta con las herramientas necesarias y sabiduría suficiente y de que es capaz de lograr esa bendita química del error que el que escribe llama poesía.

Decía Domingo Faustino Sarmiento en su obra Facundo que  la sociedad hispanoamericana fluctuaba entre la civilización y la barbarie y esta obra fue tan importante para el desarrollo de la literatura en Sudamérica que hasta hace poco estos dos factores constituían una características de la misma literatura de allá. A mí me parece una simplificación si se quiere muy tendenciosa. Actualmente nuestro mundo globalizado fluye entre esa civilización y esa barbarie de manera que un polo alimenta al otro y viceversa. Hasta que se fagociten entre sí con su gula. Pero lo cierto es ese tono de denuncia de las barbaridades cometidas por las dictaduras le dan un vuelco a la visión poética de toda Hispanoamérica. y, en la primera parte de Gula titulada «Todo se gesta en el silencio» aparece desde la misma raíz, su pensamiento frente a un sistema de valores impuesto y por tanto alienante hasta el extremo silencio, hasta el punto que nuestra poeta lo replantea, específicamente como mujer y como madre. Vean en el poema que abre el libro, «Maestro»:

Cuando hoy muere un niño tiroteado
y su madre lo encuentra enfrente de su casa
y abraza su cadáver hasta que al fin se lo arrancan
y las hienas envían condolencias,
¿tú no temes?

Hay un tono de César Vallejo cuando dice:

¿Hay mayor sinsentido que llegar a la luz amarilla
de tu sala para hablar de poesía?

Como el César Vallejo que dice, por ejemplo: «Un paria duerme con el pie a la espalda/¿Hablar, después, a nadie de Picasso?». Y he aquí el quid de la cuestión: Ángela Molina no sólo pone en cuestión los valores que antes mencionaba, sino también su reflejo en la misma poesía y de ahí su referencia al maestro, en todos los sentidos de mesías, poeta encumbrado, hombre, etcétera. He aquí la conciencia que tiene Ángela Molina de que la expresión poética femenina es fronteriza; es decir, está situada en el límite entre el lenguaje patriarcal y la infinitud de anhelos de la mujer que salen a la superficie.

En esta primera parte, Ángela Molina trata el tema del Tánatos que, según Freud, desde el punto de vista psicológico consiste en el abandono por la lucha por la vida; es decir, la asunción de la muerte.  Esto es así; pero con todos los matices femeninos de los que hablé en el párrafo anterior. Matices que van desde el existencialismo consecuente a un vitalismo propio de la condición materna del sujeto lírico que ahí se manifiesta. Léase el poema «Un largo juego» que es un diálogo con una hija llamada Sara, real e imaginaria:

Juego contigo, Sara.
Un largo juego al escondite.

El juego al escondite es con Sara y con todos los lectores que quedamos relegados en la isla de Ellis esperando el permiso para entrar en el país de la supuesta libertad.  Todo un símbolo.

Y esta mención a juego permite hilvanar la primera parte donde predomina el psiquismo del Tánatos con la segunda donde va a reinar eros y el goce carnal. El erotismo femenino del poema como cuerpo o base de la contienda: Cuerpo, trampolín/ que me hace alentar otras posibilidades. En este sentido habría que hacer un capítulo aparte relacionado con el erotismo de este libro. Un erotismo producto de un mestizaje entre lo puramente epicúreo y cierto misticismo propio de la poesía venezolana.

Ángela, después de este viaje por el cuerpo del amor y del placer, de la plenitud y el declive, remata en el poema«Contradicción»:

Por qué no puedo hablar al mismo tiempo
del horror y el placer.
Eros y Tánatos
Caracas y tu piel

Una curiosidad: la segunda parte empieza en un poema titulado Gran Canaria, la primera acaba en Ellis Island, una isla cercana a Manhathan donde recluían a los emigrantes, una isla cercana a la Estatua de la Libertad.
Ángela Molina ve el océano no como algo que aísla sino como el camino al paraíso, a esa isla donde asoma esa gula, esa guerra del cuerpo y del amor y no aquella que deja atrás en la Ellis Island. Comer o ser comido, con voracidad en ambas contiendas: gula, entonces, justifica el título de este poemario.

La tercera parte comienza quizás con una síntesis y al mismo tiempo recapitulación de las dos partes anteriores:

No es necesario para el instante
saber dónde empieza y dónde termina.

El padre, la infancia y todo llega a nuevos senderos, más ricos si se quiere en cuanto a expresión y sobre todo en lo referente a la conciencia femenina:

Una mujer se despoja de todos sus vestidos
Con los dedos desnudos hunde en la tierra la semilla
Busca el jardín que plantó su padre
Vuelve a sentir el aroma de las rosas.

Porque todo vuelve de forma circular y los polos opuestos se unen y estallan en nuevas formas, como los ciclos lunares que transforman a la mujer. Vean en el poema que cierra el libro donde un sujeto lírico femenino confiesa que viene de una generación de mujeres terrible:

Las mujeres se enredan en sus ciclos de luna.
Y nosotras partimos, derivamos
Tenemos laceradas las plantas de los pies


Yolanda Pantín, poeta también venezolana y una de las voces más firmes de la poesía de este país hermano que es Venezuela dice en una entrevista a propósito de su libro Bellas ficciones que ella ve al poeta como un minero que va hacia adentro dando golpes de pico y pala para sacar de ese adentro algo que brille. Esta misma visión es aplicable a Ángela Molina, que no teme la caída al abismo (una de las claves de la poesía hispanoamericana, según el crítico Jorge Rodríguez Padrón) ni tampoco emerger del mismo con los ojos rojos tal como rezaba Blanca Varela.
 

http://esquinaparadise.blogspot.com.es

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