01.08.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Sentada en el sofá, mientras revisaba unos textos de su próxima novela, para pasarlos al ordenador, le asaltó un pensamiento que hizo brotar lágrimas que manaron por su cara, sin poderlo evitar le emborronó el papel y sin querer tuvo que parar de leer. Jimena recordó que hace unos años, en ese mismo lugar le comentaba a David que cuando ella se jubilara escribiría esa novela, y él le contestó que era muy soñadora, pero que con su aspiración, constancia y perseverancia no le extrañaría nada que escribiera y publicara una novela o las que se propusiera. Los dos rieron a carcajadas como si fuera una fantasía que no se haría realidad, como se reían cuando algo les parecía imposible o difícil de alcanzar y le restaban importancia para que no les afectara. Ahora estaba sola y había escrito la novela. La tenía casi preparada para enviar a la editora, sin embargo, el texto estaba manchado y no se entendía nada en más de media hoja; no recordaba con exactitud lo que estaba analizando, necesitaba rehacer lo que había escrito para completar la página. Jimena se sentó en el ordenador y arregló lo emborronado, pero no recuerda si lo rehízo igual o escribió algo disímil que le diera sentido al capítulo. Lo dejó reposar por si se le ocurría algo mejor, o si recordaba lo anterior, pero no hubo forma de que aflorara ni una sola letra, frase o diálogo, o quizá sí, y era su mente la que le jugaba la mala pasada haciéndole ver que todo el texto estaba diferente.
Imagen de archivo: Isa Hernández