12.09.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Cuando sientes desconsuelo, añoranza y decepción, y, además, consideras no haber aprovechado el tiempo, todo el tiempo que tenías a tu disposición, y que sabías de sobra, incluso lo pensabas en ese preciso instante, que el tiempo se va y ya no lo alcanzas, no lo puedes retener por mucho que lo ansíes, entonces, solo entonces te das cuenta de todos aquellos sentimientos que nunca le expresaste, y de que no le recitaste todos los poemas que escribías para él, ni siquiera contestaste a sus preguntas. Con lo que te hubiera gustado, con lo que lo deseabas y, sin embargo, no fuiste capaz de decirle un “te quiero”, o un “te necesito”, con el amor que anidas aún en tu pecho, y que hubieras gozado que él lo percibiera, lo sintiera, lo disfrutara. No te salían las palabras; algo dentro de ti frenaba e impedía el amanecer. Él se marchó y se llevó todo el tiempo, ese que necesitabas para mostrarle todo lo que encierras en tu ser. Ahora sollozas, te afliges y arañas las paredes de tu alma, apesadumbrada de no haber conseguido algo tan sencillo, pero a la vez tan difícil para ti. A pesar de ello piensas que por algún resquicio se cuela esa emoción, escondida y le llega el influjo de frases llenas de amor, emoción y deseo sincero que deseabas mostrarle. A veces, cuando te embarga el desasosiego una ráfaga de brisa te inunda y te llena de paz, como si ya no tuvieras que sentir pena por dejar pasar el tiempo, ni arrepentirte de lo que quedó por decir, como si sintieras que todo lo que sucede acontece.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA