La bola roja

30.01.2022 | Redacción | Relato

Por: Isa Hernández

La noche estaba oscura, solo resplandecían las escasa luces de la ciudad, pero ni siquiera distinguía los árboles del parque que había debajo de su casa. Su mirador estaba en el cuarto piso y, Amelia, se alongaba en la baranda y miraba al vacío cuando se encontraba dubitativa. Marina, su hermana, la vigilaba porque en los últimos días la encontraba muy callada, apenas si le contaba alguna cosa del trabajo o de su vida; tampoco hablaba de como llevaba las charlas con la psicóloga. Al principio de la ruptura con Manuel sí le contaba algo más, y se desahogaba, pero ahora se sumía en el mutismo, y, por las noches salía al balcón buscando la oscuridad, el silencio y la soledad. Marina desde el salón, con la luz pálida de la lamparilla, y la televisión con escaso sonido como para respetar el espacio de su hermana, la vigilaba con sigilo. Le sorprendió y hasta se sobresaltó cuando Amelia la llamó enérgica para que asintiera con ella a lo que estaba viendo. Las estrellas estaban bien altas y diminutas, apenas daban luz a la negrura del cielo, y una luz roja y brillante como una bola de billar, avanzaba desde el horizonte en línea hacia ellas que, en la oscuridad del balcón se miraban con los ojos como platos y trémulas se apretaron las manos como temerosas de que las fuera a imbuir. De pronto la luz desapareció ante sus miradas expectantes, como si se hubiera caído al mar. Todo sucedió en un soplo sin dar tiempo a reaccionar. Aún se están preguntando qué pudo ser esa irradiación veloz que las envolvió y las llevó a pensar que todo podía desaparecer en ese instante. Entraron sin comentar nada de la situación anterior, se sentaron en el sofá ante el televisor y comenzaron a conversar.

Imagen de archivo: Isa Hernández

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