10.07.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
La salita persistía con la luz oscura. Se percibía la tristeza en el ambiente como cada tarde. Permanecía el silencio ensordecedor pese al sonido de la tele que con mano frágil subía y menguaba el volumen quien habitaba en la estancia, sentada en la otra esquina, que, también se sentía solitaria, aunque emulara palabras vacías. Se advertía con el recuerdo del cómplice en el tiempo vivido en compañía, de toda la etapa anterior de sus vidas. Perduraba con expectación como si ya no le quedara nada por vivir, esperando al viaje que tenía pendiente de realizar, donde ella sería la única viajera, y sonreía con el ansia de reunirse en el lugar donde él la estaba esperando para seguir tramando las riñas sobre lo cotidiano de los días compartidos, cuando aún había risas y enojos rutinarios, que transitaban con algún chascarrillo o unos cafés. A veces hablaba sola, con naturalidad, como si él desde la otra esquina le respondiera. Pareciera la nostalgia lo que invadía la sala y las dos esquinas frente al televisor; en su esquina seguía la mesita de madera y cristal con el pequeño florero que portaba un ramito de margaritas que emulaban alegrar el rincón, pero se tornaba espinoso cuando el ruido se había marchado y el silencio no se podía acallar.
Imagen de archivo: Isa Hernández