La orquídea amarilla

30.07.2022 | Redacción | Relato

Por: Isa Hernández

Esa tarde tórrida de finales de verano acudió a la cita con una plantita envuelta en un papel plateado, sin perder la compostura y haciendo gala de sus frecuentes detalles para agradarme, como si yo necesitara obsequios continuos para comprobar lo mucho que me amaba. Me la depositó en las manos tras un beso en la mejilla, como hacía tantas veces, pero apenas si me rozó. Su cara era de circunstancia más que de seriedad, parecía triste y, con los ojos caídos miraba al suelo, como si me esquivara. Hacía días que lo notaba raro pese a que él decía que solo estaba cansado, pero en mis adentros sabía que algo importante le sucedía, aunque no me lo quisiera contar, y, por más que le preguntaba todo fue en vano. Sentí un temor inusual, un estremecimiento recorrió mi cuerpo y hasta me temblaban las manos al retirar el papel de la maceta, mis ojos tristes se iluminaron por un instante, al ver la única flor de la planta, era una orquídea amarilla, mi preferida. Él me contemplaba en silencio, parecía como si quisiera decirme algo trascendental y no le salieran las palabras. Al final se decidió, me miró a los ojos sin pestañear, y con la boca temblorosa, pero con prisa y con frases entrecortadas me dijo lo que yo temía, lo que nunca hubiera querido oír, lo que me partió el corazón. Mi semblante debía de ser un poema, pero me mantuve fuerte, sin llanto y sin aspavientos, aunque sus palabras se me repetían en la mente sin cesar, como rueda de molino. Te quiero, más que a mi vida, pero no puedo seguir contigo, aquí acaba todo, me dijo. Salió sin mirar atrás y desapareció en la arboleda. La luz pálida del crepúsculo oscureció el brillo de mis ojos y apagó mi sonrisa. Han pasado varios años y sigue presente en mi pensamiento. No lo he vuelto a ver más. Aún me pregunto por qué desapareció de mi vida.

Imagen de archivo: Isa Hernández

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