08.08.2022 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Regresaba en mi vuelo desde Barcelona a Tenerife ensimismada en mis pensamientos, cuando oí una voz a mi lado, tenue, pero decidida a perturbar mi paz interior. No sabía ella que no me gustaba nada que me conversaran en el avión, necesitaba estar en mi mundo, conmigo a solas, pero insistió y, sin esperar siquiera mi aprobación comenzó a relatar sus pensamientos. No sé bien si me hablaba de sí misma o de alguna persona allegada. No suelo dar pie a que nadie me cuente su vida porque me sobrecarga de emoción y me lleva a compartir penas ajenas, y en este caso, de una desconocida. Una mujer joven de unos cincuenta años, morena con melena oscura lacia, ojos color miel y, agraciada; su aspecto era serio, resuelto y hablaba en tono bajo y lineal, parecía una persona con estudios por cómo se expresaba, y bastante educada. Se sentía muy angustiada, ansiosa y sola, me decía. Casi no me daba opción a responderle y cuando paraba me pedía perdón por arruinar mi silencio. Su problema era el intentar quedar bien con la gente que más quería y su deseo de recibir de ella comprensión, respeto y cariño, pero no siempre se cumplía. Venía dolida porque sus expectativas no habían sido lo que esperaba y, se tenía que callar para que reinará la paz y no ser ella, encima, la que provocara malestar, pero eso lo sufría callada para no tener que enfrentarse con sus respuestas y ello le generaba un estado ansioso que, a veces, le producía un dolor exacerbado que no podía disimular. Y, necesitaba contárselo a alguien, decía. Sin saber el porqué, había visto en mí la persona idónea para que la escuchara y no la juzgara. No podía contárselo a nadie conocido porque no la iban a entender y, además, las personas a las que se lo podía contar eran quienes le habían generado ese estado ansioso, decía. Cuando terminó y se calló, me miró con los ojos acuosos, la miré y le dije lo que pensaba: “su relato era bastante común, nos pasaba a muchas más personas de la que se imaginaba, no valía la pena ni siquiera contarlo, solo bastaría con dejar pasar unos días. A ellos, a las personas que nos causan esa ansiedad, no les afectaba porque ni siquiera eran conscientes de ello, y también les llegaría ese estado de ansiedad en su momento, solo el tiempo dirá cuando, porque la vida es una rueda y lo que hagas te lo devuelve, todo, lo bueno y lo malo”. Me miró a los ojos y me dijo: “muchas gracias por escucharme, me ha aliviado el dolor que me oprimía el pecho. Le deseo mucha suerte”. El avión aterrizó en ese instante en el aeropuerto de Tenerife y, al desembarcar me dirigí a la cinta para recoger la maleta. No volví a ver más a la pasajera.
Imagen de archivo: Isa Hernández