La soledad

29.08.2021 | Redacción | Relato

Por: Isa Hernández

Era verdad que había cambiado. Todos la miraban al pasar y se hacía un sordo silencio cuando atravesaba por delante del corrillo de la plaza, paso obligado para ir hacia su casa. Algunos la saludaban con cortesía y ella respondía con educación, apenas si se le escuchaba la voz tenue que emitía al contestar, y, continuaba su camino. Desde que Miguel se alejó de su lado, la expresión de su cara no era la misma, desapareció el arrebol de sus mejillas, su mirada se oscureció y su sonrisa se borró. Su verborrea alegre se entristeció y, apenas si esbozaba palabra, como si se le hubiera acabado la vida. Ella, que destacaba por su gracia al movimiento, con su melena dorada al viento, y sus luceros sonrientes color mar ya no desprendían esa alegría que la envolvía y que parecía un imán cuando se rodeaba de la gente de su entorno. Marina transitaba sola por las calles empedradas que la llevaban hasta la escuela y lo mismo hacía a la vuelta, casi sin levantar la cabeza, tal como si fuera un fantasma, o si viviera en un continuo duelo. Los conocidos murmuraban que era demasiado joven para vivir de esa manera, tan abatida, la partida de su amado. Un día, Miguel se marchó con Suri, la mejor amiga de Marina, y nunca más supo de él. Un compañero, maestro de la escuela, se interesaba por ella, pero la notaba tan ensimismada que no se atrevía a plantearle ni siquiera acompañarla a su casa, por temor a ofenderla. Ella lo trataba con amabilidad, no más allá de la cortesía de una compañera, sin darle opción de adentrarse en su vida más de lo cotidiano. Sin embargo, Martín insistía, se había enamorado de Marina y había decidido esperar el tiempo que fuera necesario para demostrarle que sus sentimientos eran verdaderos, y que era posible una nueva vida compartida donde habitara el amor, el respeto y la esperanza.

Imagen de archivo: Isa Hernández

Buscar en Tagoror