Las confidencias

20.03.2022 | Redacción | Relato

Por: Isa Hernández

Habían quedado a las cinco en el bar habitual para tomar café y hablar de sus cosas. Marina estaba tristona cuando llamó a Marga y, deseaba contarle algo que le preocupaba. Se hizo esperar como casi siempre, la puntualidad no era su fuerte y Marga se exasperaba, Marina lo sabía y aún así lo hacía, y a punto estuvo Marga de marcharse, pero aguantó más de media hora de retraso por lo importante que le tenía que contar y, porque la quería. Cuando llegó se sentó como si nada, y ni disculpas, tal como si no tuviera importancia; en realidad, para ella no la tenía porque era su modo usual de comportarse. Las dos eran amigas desde la infancia, por ello se toleraban y, Marga le pasaba por alto esos fallos. A nadie más se lo permitía, a los diez minutos de cortesía se marchaba y no sentía ningún remordimiento; quienes la conocían ya lo sabían. Tras saludarse y tomar los cafés, Marina comenzó a hablar de lo que le preocupaba. Marga no daba crédito a su retahíla de quejas con la vida, con el trabajo y con todo lo que le rodeaba. Que si los compañeros en el colegio le hacían mobbing laboral, que si la veían mayor y por ello la dejaban de lado, que si el pelo lo tenía cada vez peor con menos volumen y con canas, que si estaba perdiendo la alegría y las ganas de vivir, que si sentía sola, que si, … Puede ser que todo ello la agobiara, pero ya tenía una edad para asumir los problemas derivados de la edad, estaba a punto de jubilarse y no le quedaba otra solución que aceptarlo, pensaba Marga, y así se lo transmitió a su amiga. La escuchó, la consoló y le explicó que la solución solo la podía buscar ella en sí misma, y si necesitaba apoyo emocional debería acudir a un profesional. Marina le dio las gracias por el desahogo, porque siempre estaba ahí para sus confidencias, y se sentía reconfortada porque le decía las palabras que ella necesitaba, justas y adecuadas.

Imagen de archivo: Isa Hernández

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