Los Reyes Magos

03.01.2025 | Redacción | Escrito

Por: Pilar Medina Rayo

Autora del libro: Óbolos para Caronte

Fui testigo de un prodigio, un astro que se desplazaba por la cúpula celestial. Aquello sólo podía significar que algo milagroso estaba por ocurrir.

Me hice acompañar por un séquito y decidí seguir al astro. Por el camino me encontré con dos grandes señores, otros dos reyes llamados Melchor y Gaspar que, acompañados también de sus séquitos, habían partido de sus respectivos reinos siguiendo la señal que ahora llamábamos divina.

Nuestros corazones iban henchidos de emoción ante la incógnita de no saber a dónde estábamos siendo guiados.

Reconozco que hubo un momento de incertidumbre cuando la luz se paró sobre un destartalado establo. Los tres nos miramos dudando, pero la curiosidad nos arrastró a su interior y allí, cómo olvidarlo, un niño envuelto en un halo dorado nos disipó toda duda de nuestro corazón. La estrella era la señal divina y ese pequeño que nos sonreía era el hijo de Dios.

Los otros reyes se postraron de inmediato ante Èl, también yo, pero antes miré a la madre, apenas había dejado de ser una niña y ya tenía esa pesada carga sobre sus hombros.

Sentí compasión por la muchacha, ella me miró con infinita dulzura, acariciando la cabeza de su hijo. Entonces la vi cómo realmente era, detrás de esa engañosa juventud había una auténtica fortaleza, una roca que se mantendría siempre firme para ese niño, una roca a la que podríamos aferrarnos los mortales en nuestros momentos de oscuridad...

De mis labios, sin darme cuenta, brotaron unas palabras: "Dios te salve María..."

Suscríbete a nuestro Podcast



Buscar en Tagoror

¿Aún no te has suscrito a nuestro podcast? Suscríbete aquí