Acordarnos de nuestros muertos

24.07.2018. Redacción | Opinión

Por: Paco Pçerez

pacopego@hotmail.com

No tiene que llegar una fecha señalada en el calendario, como el 2 de noviembre (Día de los Difuntos) para acordarnos de nuestros familiares, compañeros y amigos muertos, con quienes compartimos muchos momentos de vida, unos buenos, otros no tan buenos y algunos realmente desagradables.

Suelo acordarme mucho de las personas que quise, y sigo queriendo, de manera habitual, sobre todo de mis padres y de otros parientes cercanos, pero también de muchas personas que conocí y traté, sobre todo de las que conservo un magnífico recuerdo, muchas de las cuales desaparecieron de este mundo de forma repentina o trágica, o bien de manera previsible por padecer males incurables en las época en que se produjeron sus óbitos.

En España y en las Islas tenemos la hipócrita costumbre de hablar bien siempre de una persona que se va hacia otra dimensión desconocida y uno cree que no debe ser así. De hecho, en mi vida profesional, me he negado en más de una ocasión a redactar una crónica necrológica sobre semejantes que, desde luego, ni fueron ejemplares y en algunos casos no se distinguieron precisamente por su bondad, porque sencillamente no puedo escribir ni una sola línea laudatoria de un ser que, durante su vida, hizo daño conscientemente a otros, porque me consta fehacientemente o fui testigo presencial de sus maldades.

De esa clase de gente me olvido. Seguramente estarán pagando en algún lugar del cosmos sus errores. Sólo me acuerdo de la gente amable, de los pocos y exquisitos verdaderos amigos que he tenido, de compañeros irrepetibles y de los familiares más cercanos que ya marcharon y que me demostraron ser personas honradas, decentes, solidarias y nobles.

A veces me pongo a pensar en el pasado y realmente me asusto de la cantidad de conocidos que se han ido. Forman ya una larga relación de gentes de toda condición, entre ellas verdaderos santos vivientes, personas extraordinarias y ejemplares que desgraciadamente ya no están entre nosotros y que uno recuerda con agrado, porque con sus vivencias y sus actos ayudaron a los demás a ser un poquito felices.

De esas personas me suelo acordar un día sí y otro también, porque sigo creyendo en la bondad del ser humano y en la evolución y superación de la especie. Y a ellos les deseo íntimamente siempre lo mejor, allá donde estén, porque mereció la pena haberles conocido. Descansen en paz en ese supuesto paraíso divino todos ellos.

Paco Pérez

Paco Pérez

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