01.07.2023 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Como muchos otros niños de mi época, fui "boy scout", un movimiento infanto-juvenil, con marcados tintes católicos --al menos en nuestro país--, pero aparentemente más liberal y progresista que la organización franquista OJE (Organización Juvenil Española), que tuvo su esplendor durante la dictadura del general golpista gallego FFB, que en gloria esté, si eso fuera posible en su caso.
Durante mi etapa con los exploradores --que portábamos sobre nuestras cabezas un sombrero similar a los de la Guardia Montada del Canadá-- viví varias anécdotas curiosas, que ahora rescato de mi memoria.
En aquellos años de finales de los sesenta, el grupo Aguere 70, del colegio Nava La Salle de La Laguna no estaba muy bien dotado de material para hacer acampadas y una noche de abril de 1969, con motivo de la festividad de San Jorge (nuestro patrón) se estableció un campamento en el monte de La Esperanza, concretamente en el llano de Las Laguneras, donde pernoctamos en una vieja caseta de campaña media docena de compañeros.
No recuerdo haber pasado tanto frío en mi vida como durante la única noche que dormimos allí. Creo que solo dos scouts de mi tienda llevaron unos modernos (para la época) sacos de dormir y el resto nos abrigamos con "mantas cuarteleras", sin caer en la cuenta que estábamos acostados sobre la tierra húmeda de aquel paraje tinerfeño, con lo que la baja temperatura reinante se nos caló en los huesos, de tal manera que, al amanecer, nos despertamos como su fuéramos una camada de perros recién nacidos, pegados unos a otros. Y, al levantarnos, fuimos corriendo hacia el Este, en busca del Sol, como si el astro nos fuera a quitar el pelete que teníamos con sus rayos a primera hora de la mañana.
Otra de las anécdotas de humor negro la "padecimos" meses más tard en una excursión al monte de Las Mercedes. Llegamos en guagua hasta el restaurante Casa Domingo (que aún existe), a los pies del bosque y ascendimos caminando hasta el cercano Llano de los Viejos y, posteriomente paramos en el Llano de los Loros, donde el jefe del grupo --creo que se llamaba José Ángel y que tendría unos 18 o 20 años por aquel entonces-- había previsto guisar bacalao desalado y unas papas arrugadas, para un hipotético deleite de los excursionistas, que en plena pubertad hubiéramos sido capaces de comernos un cochino negro desde el hocico hasta el rabo.
Aquel joven (el responsable del grupo) empezó a "sancochar" los tubérculos --como dicen en Las Palmas-- y cuando sacó de su gran mochila las hojas del bacalao vino a darse cuenta que no las había puesto en remojo un par de días antes para desalarlo, con lo que no tuvimos más remedio que renunciar al típico pescado noruego y conformarmos con cuatro o cinco papas cada uno como "menú del día".
No hace falta decirles, amigos/as lectores/as, que el paseo por el monte acabó allí mismo, porque enseguida decidimos regresar a la ciudad más hambrientos que un sediento en medio del desierto.
Termino esta nueva batallita veraniega con otro anécdota, vivida en mis propias carnes. Fuimos a acampar una semana en el monte de Tegueste y a otro chico y a mí nos expulsaron del campamento por mirar con no sé qué intenciones, supuestamente, a un grupo femenino de boys scouts, las llamadas "guías" en español, que pernoctaban muy cerca de nosotros. El motivo real que provocó la "medida disciplinaria" fue por la sencilla razón de que el responsable de ese campamento no calculó la cantidad de comida necesaria para todos y como los dos "rebeldes" se alimentaban bien pues no era recomendable su permanecia allí...
Baste reseñar que ese mismo día, de regreso a casa, decidimos dejar el Aguere 70. En el uniforme, nuestro pañuelo entrelazado al cuello era granate, con ribetes negros. Cada grupo de los exploradores tiene un distintivo único en lo que se refiere a esa prenda.