Apagados o iluminados

04.05.2025 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Me pilló en León y casualmente con el depósito de gasolina lleno. Lo que se convirtió en una gran ventaja. Iba a ver a mi madre cuando, al entrar en Sahagún, el semáforo del Puente Canto, extrañamente, lucía apagado. Sólo otra vez en mil años lo había visto así… resultado de las alegrías de algún vándalo en otra noche de cristales rotos. En el trayecto se me cortó la llamada y la radio dejó de funcionar. Solo emitía Radio María. Menudo susto. En menos de una semana había recibido dos señales inequívocas del “más allá”: ésta –que me hacía rezar- y la otra, en el mismo trayecto, y a la salida de una curva, ocupando todo el carril derecho, un corro de unas diez o doce quinceañeras, sentadas en el suelo y con atuendos de película de blanco y negro, que me saludaban con cara de felicidad, mientras se giraban acompañando mi maniobra para no atropellarlas, sin atisbos de preocupación alguna. Como si fueran etéreas. Las escoltaban  dos monjas, jóvenes también, pero estas permanecían de pie y más pegadas a la cuneta. También me saludaban, como lo hacen las reinas, siguiendo mi desplazamiento. Lo único que llegó a mi mente fue: “Nada, no hay duda. Me he muerto y estoy en el purgatorio”. No me cuadraba otra cosa. Si no fuera la cagada de paloma que seguía atravesando el cristal derecho de la ventanilla del Clío… al final fue lo que me trajo de nuevo al “más acá”.   

Pero el más acá ya era otra cosa. El apagón lo había convertido en algo totalmente distinto. Una gozada. Lo disfruté. Por primera vez en décadas, no se veían zombis abducidos por teléfonos móviles o internet, sino que orientaban su mirada hacia afuera y hacia el presente. El tiempo se ralentizó, el aire parecía más puro, la gente eran personas… se paseaba, se charlaba, se opinaba, se ayudaba.

Había desaparecido Internet, y también desaparecieron de un plumazo los medios de información –manipulación-. A la vez, el Estado, los gobiernos central, autonómico y hasta el local… parecían chiquitines. Se los veía vulnerables frente a los ciudadanos inesperadamente libres. Ya no nos invadían psicológicamente con sus catecismos y eslóganes. Ya no podían enfrentarnos. Nos relajamos. El sol brillaba con fuerza. Había calidez. Cayó la noche y por primera vez en larguísimos años, ahora sin contaminación lumínica, las estrellas lucían en el negro firmamento. Las contemplamos en un silencio perfecto. Fue una gozada. La vida volvió a ser humana, recuperó su sabor y color natural, todo parecía más sano. Se fue Internet, la luz led y afloró la calma, la introspección, la humanidad, las almas que parecían perdidas u olvidadas hace mucho tiempo. Se veía la Vía Láctea, sin tener que subir a ningún sitio para contemplarla. Y además coincidió con la luna casi nueva. No molestaba para observar el cielo. ¡Qué maravilla!

Se había parado el mundo de los borreguitos. Tremendo dramón, sí. Lo que pasa es que cada vez somos más zombies... Lo tenemos todo delante pero si no lleva pantalla, no interesa. Luego hay muchos que necesitan irse a Tailandia o a Bali para "encontrarse". Otros, más afortunados, se encuentran a diario incluso en una ciudad, porque tienen ojos y cerebro. Y además los usan para aquello para lo que fueron creados.

La naturalidad con la que me lo tomé me llevó a pensar que, como la pandemia nos entrenó para el apocalipsis y salimos bastante enteros de ella, hemos desarrollado un escepticismo jaranero en el que las prioridades están claras: si llega el fin del mundo, que me pille en una terraza trasegando garimbas o prieto picudo. Por un momento el mundo parecía haber retrocedido treinta años. Puede que fuese sugestión, pero incluso vi a niños que jugaban con sus padres y volvían a casa con la amenaza de la luna en la espalda haciendo equilibrios en el borde de una acera. Muy loco todo.

Al fin y al cabo los apagones nos llevan a la emoción de las velas, de los cuentos contados… como en aquellos años en los que la luz se iba con cierta frecuencia y su regreso solía arruinar una buena historia y una gran velada. Y sobre todo… animan las alcobas. Habrá que esperar a enero.

Feliz domingo.

 

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