“Certezas fusiladas”

21.09.2020 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Nada es igual o todo es mentira. Se esperaba el verano como salvación y se ha ido dejando preocupación. Miedo. Temor. Septiembre siempre fue el mes en el que se atenuaba el calor transparente de julio y agosto, esa claridad azul iba bajando su intensidad hacia la muerte de los días con unos anocheceres que se dilataban gloriosos. El relevo del verano y el otoño era paulatino. Un descenso leve de caricias. Un preámbulo necesario para anunciar el fallecimiento de las hojas de los árboles en otoño y así ir esperando, desde el recuerdo, el olor a castañas asadas.

Pero ahora nada es verdad o todo es media verdad. Con el Covid, tal vez ni las castañas se puedan vender en las esquinas. A estas alturas de la pandemia las certezas han sido fusiladas. O están heridas a tiros. El proverbio judío lo dice: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Y no nos entra. No hay manera. La realidad se ha vuelto tan ficción de giros inesperados que solo nos queda afrontarla del mejor modo posible, con el as en la manga de la risa y el alfil de la inteligencia.

El tiempo es volátil. La felicidad, la meta. El error consiste en creer que existen condiciones para la felicidad. Lo único que importa es la voluntad de ser feliz. Soy presentista. Un presente es un regalo. Que te caen limones del cielo… pues aprende a hacer limonada. Todas las tempestades pasan. Esta también.

Ah, pero no seas ingenuo. Todos no somos iguales. Aunque en efecto todos estamos expuestos, el contagio afecta mucho más a la población desprotegida. Dar de lo que sobra no es dar. Lo sé. Pero, por favor, no se olviden por lo menos de hacerlo. Se lo digo a todos los que, de momento, podemos permitírnoslo. No caigamos en la mayor estupidez que puede cometer el ser humano: el individualismo. Dependemos los unos de los otros y todos, ellos y nosotros, del medio ambiente.

Así que lo razonable -y por ello, lo ético- es cuidarse, no como un ejercicio narcisista, sino para no perjudicar a los demás; en segundo lugar, cuidar de los demás, especialmente de los profesionales sanitarios y de los profesores, por ellos mismos, claro, pero también porque su bienestar, o su malestar, incide decisivamente en nosotros; y, finalmente, debemos cuidar de nuestra casa común, del planeta, porque buena parte de lo que nos está pasando tiene su origen último en una relación equivocada con la naturaleza.

Nadie se salva solo. Nadie puede vivir sin la ayuda de los demás. ¿Por qué resulta tan difícil de entender y de aceptar? Hace apenas unos días recordaba con los amigos nuestra infancia y cómo la gente se organizaba para compartir medios y trabajar en común. La “Agrupación”, “el Grupo” de agricultores que compraron dos tractores para todos, y todos ayudaban organizados en las tareas de las fincas de cada uno. Hoy, cincuenta años después, es impensable. Nadie se fía de nadie y así nos va. Y necesitamos esa relación afectiva y efectiva, que nos ayude a transitar del egoísmo estúpido a la cooperación inteligente; que nos ayude a conjurar la maldición del cortoplacismo; que fortalezca en todos nosotros el coraje del bien.

Dice el proverbio chino que “cuando el dedo del sabio señala la luna, el tonto mira al dedo”. Disfruten de la luna, mientras nos dejen. Nos irá mejor.

Feliz domingo.

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