El armario de la vida

22.10.2023 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Como nuestra nariz, nuestro corazón o nuestro ombligo… cada uno tenemos el nuestro. En él se va guardando lo que en el día a día vamos viviendo. Tiene unas cuantas puertas y cada una con su llave. Conviene no perderlas o confundirlas. No vaya a ser que se nos quede encerrado lo mejor de nosotros mismos y se nos olvide cómo somos de verdad. O haya que llamar al cerrajero de las entrañas y cuando consiga abrirlas sea demasiado tarde y solo queden los gremlins. Que de estos también tenemos todos.

Creo que la tolerancia se ha perdido. Que la perdieron y, en este momento, nadie sabe cómo abrir el armario de la vida, donde las puertas de la comprensión, del amor desinteresado, de la fraternidad y de la solidaridad permanecen herméticamente cerradas.

El egoísmo, la guerra y los beneficios imperan con enorme facilidad. Y para todas las pequeñas situaciones más problemáticas hay censura y represión. El yo ocupa todo el espacio disponible sin dejar ni un pequeño hueco al nosotros. Tolerar significa dialogar, saber escuchar a los demás, y no solo el eco de nuestra propia voz. Tolerar también es aceptar la imperfección en uno mismo y en los demás, pues nadie es perfecto. Tolerar es ponernos en los zapatos del otro y respetar su manera de ser y aceptar su individualidad. Tolerar es no responder a las agresiones. Cuando somos insultados, provocados, o acusados injustamente, debemos responder con el silencio; esta fuerza es, naturalmente, mucho mayor. Presentar compasión frente a la envidia, frente al odio y las difamaciones… ¡eso también es tolerar!

En mi humilde opinión, tolerar es sobretodo ser proactivo, actuar en función de lo social y de lo colectivo, marginando, por momentos, lo individual. Tolerar es tender la mano cuando alguien tropieza y ayudarlo sin esperar absolutamente nada a cambio.

Me contaba el otro día un amigo de mi hijo que una de sus profesoras había hecho referencia a algunos de mis artículos en la clase y que había comentado que estaban muy bien pero que eran un tanto “irreales”, creo que me dijo. Seguramente tenga razón. Seguro es como ella dice. Tal vez yo viva en un mundo irreal porque en este, lo que vende, lo que capta audiencia, a lo que se presta atención es a lo malo. A lo cruel o al disparate. Al morbo y al horror que por comparación nos hace o, más bien nos hace parecer, mejores. Creo en ese mundo “irreal” y creo que hay que seguir luchando. Y si cada uno de nosotros lo hacemos cada día, estará más cerca de conseguirse.

Ahora que todo se mercantiliza que todo es compraventa, aunque no lo parezca, el rey de los mercados sigue siendo el sentimiento. Lo subjetivo domina lo objetivo. Pero nos falta sobre todo autocrítica. Parecemos miembros de una tribu que solo acepta la información que respalde los puntos de vista que ya tiene. Toda disidencia resulta ofensiva. Así nos llevamos tan mal con los otros. Como si tuviéramos marcado todo: qué creer, por quién votar, dónde vivir, en qué trabajar, qué comprar, con quién pelear, qué cadenas de televisión ver, qué libros y qué prensa leer, quiénes son mis enemigos, qué verdad aceptar… ¿Así puede haber algún consenso?

Miles de años de evolución y de revolución nos han llevado de la jungla a Wall Street. De Altamira al Louvre. De cruzar el Rubicón a poner el pie en la Luna. De las carabelas a los submarinos nucleares. De la Biblia a los libros de autoayuda. Del potaje al crujiente de tapioca con tartar de cigala... y así llegó el acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario. Hay cosas que no cambian, como la sinrazón. No sé cómo aún no nos hemos extinguido. A lo mejor necesitamos renovar nuestro armario.

Feliz domingo.

 

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