27.07.2025 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
La biología es implacable. Y cuando hay necesidad, hay necesidad. La mente es imprevisible. Y maravillosa. Hoy estaba recordando con claridad meridiana cuando cambié de trabajo. Mejor dicho, cuando nos mudamos a un edificio nuevo. Cargamos con casi todo. Realmente, sólo las grietas se negaron a divorciarse de las paredes. Eran muchos años. Llevaban razón.
Hasta la vieja moqueta, que amenazaba con matarnos a estornudos, enternece hoy nuestros recuerdos. Nos acostumbramos -que viene a ser lo mismo que empezar a quererse- a todas aquellas incomodidades que, ahora descubrimos, nos hacían felices.
Del refajo al playtex. Un suponer. Rendimiento y rentabilidad. Se habrá estudiado y así tendrá que ser. Hay quien piensa que todo es predecible, calculable, medible, tangible, controlable, programable e, incluso, manejable.
Ya no hay grietas. Ni paredes. Ni moquetas viejas. Ni nuevas. La Europa sin fronteras en un edificio de metacrilato. Sin barreras para vernos, para hablarnos, para comunicarnos. Ahorro de telefonía interna. Bis a bis que nadie emplea. Lo mismo que contemplé en la sucursal del banco el martes pasado. Despilfarro en lo humano. Todo sea por la “productividad”..
Los cambios, como los viajes, producen estreñimiento. Ahí sí que la cagamos, con perdón. El viejo retrete, el de la fuga eterna, se quedó con las grietas en el antiguo recinto. Se equivocan. Se equivocan de cabo a rabo. Nunca mejor dicho. La humanidad ha ido colocando sus retretes allá donde ha llegado. Pero claro, siempre que tienes prisa, en cualquier parte del mundo, el retrete está ocupado. Y lo que pasa es que esta historia está muy mal organizada.
Ciento y la madre, más los que parió la abuela, nos afanamos en este intercambiador de confraternidad que el progreso y la rentabilidad se empeñaron en encasquetarnos. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Bueno, pues que… eso, que estábamos en el apuro escatológico al que hemos sido llamados al mismo tiempo más de tres “casiamigos y residentes” en ese maremagno de escritorios, formicas y latones, y tras la ineludible consulta a la brújula, salimos –cada uno por la calle correspondiente- al inexcusable encuentro con el escusado.
¡Ay, San Jacinto, que no corro, voy a brincos! Y que llego, que llegamos, un kilómetro después, conteniéndonos las ganas. Ya llegamos... qué putada, dos cerrados y uno abierto, ¿consensuamos o… rifamos?
- El primero he sido yo. - Lo siento, la prioridad empuja.- Pues yo, ya estoy que reviento, dejen paso, por favor. - ¿Es que aquí no se respetan ni los años ni las canas? ¡Joder! Va a ser que no. Ante, apretones y ganas… ni años, ni arrugas… ni canas.
Se pueden perder los nervios, los papeles, los despachos y hasta la madre que los parió, pero el retrete, eso sí que no.
Ahora, que las nuevas técnicas recomiendan la contentura del personal trabajador para lograr un mejor rendimiento laboral, resulta que a estos artistas del plano se les ocurre poner tres baños p´a trescientos tíos, y encima, de esos de aeropuerto, abiertos por arriba, abiertos por abajo, o te haces el hombre orquesta… o te mueres de vergüenza.
No me jodas, Manolín. ¿Qué caras van a tener estos pobres laborales, si hasta para el defeque, tienen que competir?. Las cosas en su sitio.
El retrete es el capítulo crítico de la historia de la civilización y no puede relegarse a una posición de poca importancia. Es un enlace crítico entre orden y desorden, entre buen y mal ambiente. En el retrete se lee, se piensa y hasta se escribe la mejor y la peor narrativa retretesca. Relatos de encerramiento y liberación, tripas y corazón, gozo y dolor, encuentro y separación, amor y odio, llenura y vacío, acumulación y defecación, esperanza y desesperación, sexo y tormento, miedo y deseo.
Retrete, en su origen –del latín, “retractus”-, no significaba más que “retirado, retraído, alejado”. Los inventores de nuestro reciente domicilio laboral se quedaron sólo con la última acepción y además fueron escasos. Arrieritos somos y en el servicio nos encontraremos.
Fue hace años pero todo sigue igual. Nosotros no.
Feliz domingo.
PD. En agosto no escribo. Nos vemos en septiembre. Sean felices.
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