El siglo después de Copérnico

01.11.2023 | Redacción | Opinión

Por: Mil Estepas

Carlos Solís y Manuel Sellés (Historia de la ciencia - 2005)

En los cien años que separan el Commentariolus (h. 1510) de Copérnico de la Astronomia nova (1609) de Kepler y La gaceta sideral (1610) de Galileo, la aceptación del copernicanismo fue limitada y desigual. En general, se estimaron los aspectos matemáticos del copernicanismo por la mayor sencillez de sus movimientos; pero se tomó con escepticismo su cosmología porque entrañaba el movimiento de la Tierra. Maliciándose que la astronomía copernicana era importante y no deseando comprometerse con su cosmología, los teólogos desarrollaron una filosofía escéptica y ficcionalista. El primero de ellos fue el luterano Andreas Osiander. George Joachim Rhetico, el único discípulo de Copérnico, se ocupó de la edición del De revolutionibus en Nuremberg hasta que tuvo que ir a ocupar su puesto en Leipzig, momento en que lo sustituyó Osiander. Este, sin ninguna autorización, incluyó al comienzo una morcilla propia en la que avisaba al lector de que no debía tomarse en serio lo que iba a leer. Aunque Copérnico era un realista que defendía la realidad de las matemáticas para investigar la naturaleza del cosmos, Osiander defendía la vieja separación de matemáticas y física, negándoles a las primeras toda capacidad de investigar cómo es el mundo: el astrónomo computa mediante hipótesis que no tienen por qué ser «verdaderas o ni siquiera verosímiles», sino que bastan con que den buenos resultados. (Obviamente, si Copérnico fuese de esa opinión, no se hubiera molestado en hacer una nueva teoría que daba los mismos resultados que la de Ptolomeo). El astrónomo no entiende de causas ni le importan, contentándose con usar la hipótesis que sea más cómoda para calcular. En realidad, solo la revelación divina puede ofrecer conocimientos ciertos del cosmos. Cuando se publicó el libro con esta advertencia sin firmar, como si fuera del propio Copérnico, Rhetico y T. Giese (obispo y amigo de Copérnico) protestaron ante las autoridades de Nuremberg sin mayor éxito. De manera que el prólogo pudo engañar a quien quisiese dejarse engañar hasta que Kepler desenmascaró públicamente a Osiander en la carta abierta a Ramus impresa en el dorso de la primera página de su Astronomía nova de 1609.

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