Estamos perdiendo

21.06.2023 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Cambié de móvil hace un par de semanas. Me duran mucho. Casi todo me dura mucho. Si comparamos la vida de un móvil con la de los humanos, casi se equipararían a las de los perros, que dicen multiplicar por siete los años naturales. Si así fuera, mi último terminal, que compré en 2014, acaba de pasar a la reserva con 63 años. Todo vida laboral. No está mal.

El problema me lo acaba de dar la información que el nuevo aparato me envía cada semana sin yo pedírselo. Algo en lo que no había reparado: el tiempo de uso. ¿De verdad? ¿Tanto? No sé ni cómo tengo ojos. Si hago un cálculo y multiplico las horas diarias de uso por los 3.287 días de los 9 años de mi móvil, resulta que he debido prestarle más atención que al resto de la humanidad. Y si quito las horas de sueño… ¡Madre del amor hermoso! ¡Qué vergüenza!

Estamos pasando a hacer todo a distancia. Incluso cuando estamos al lado del otro. Ya no somos personas. Ni ojos. Solo pantallas. Preferimos vernos en fotos que en el espejo. No había caído, pero es que el espejo es muy cabrón. La madrastra tenía razón cuando lo rompió. Demasiado sincero: las estrías, las arrugas, las ojeras, las canas, las calvas…

Si es que, hasta las costumbres de toda la vida estamos abandonando. Ya no quedamos para tomar algo. Es mejor enterarnos de la vida y milagros a través de las redes sociales, que charlar con ese alguien en la barra del bar. Barras de bar que se han convertido en sitios horribles. Hombres o mujeres –da igual- ensimismados en sus móviles. Ya son un apéndice más de nuestro cuerpo que se está tragando nuestras vidas.

Nos cruzamos con alguien y nos inventamos una llamada con tal de no tener que hablarle. Hasta han desaparecido las conversaciones sobre el tiempo en el ascensor. Escribimos como posesos a mil pulsaciones por minuto a alguien que está lejos. Mientras más mejor. Y que encima no es el que creemos. Menudos sustos se han llevado algunos cuando se han conocido en persona. Nada miente más que una foto de las redes. Qué guapos todos. Qué preciosas ellas. Los filtros nos están matando. En las redes las fotos están retocadas, como la foto del DNI, pero al revés. Esta suele ser cruel. A veces mucho.

Se miente por sistema en el mundo digital. La mayoría de las veces sin necesidad. Unas lo hacen por fastidiar al vecino. Por dar envidia. Por aparentar. En fin, los pecados capitales de toda la vida.

Y ahora que están próximas las vacaciones ya verán. Los relatos fabulosos se multiplican por mil. Así que ojo al dato, que como nos dejemos llevar por lo que vemos, podemos coger una depresión de tres pares de narices. Todo es pluscuamperfecto. Las playas, los restaurantes, los paisajes, las terrazas… en fin que, por supuesto que hay sitios maravillosos, pero en todas las vacaciones hay momentos de “bajona”. Incluso hay veces que hasta llueve. Pero claro, eso no lo vamos a contar. Callamos nuestras miserias para parecer estupendos en los móviles de los demás.

Y mientras nuestros teléfonos son cada vez más inteligentes, en la misma proporción nosotros vamos haciéndonos más burros. ¿La vacuna? Disfruten con alguien que les sorprenda de su entorno. A veces tenemos el cariño al lado y esperamos el amor a demasiados megas de distancia. Admiren el brillo real de una mirada en un restaurante. Y no corran a contarlo por el móvil a los que no están. La única vida que da corriente es la de la gente corriente. Lo demás es mentira. Cada vez más, nos alejamos de la realidad. Del sudor. Del olor. De las caricias. De las miradas. De un café vis a vis. De mirarte. De olerte. De sentirte. De rozarte ¿Se nos ha olvidado? Estamos perdiendo.

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