Infinita soledad

03.02.2020 | Redacción | Relatos

Por: Jesús Lara González de Quevedo


Hoy, envuelto en mi soledad infinita, he recordado aquellos momentos de la juventud en los cuales no le dábamos tanta importancia a esta vida tan cruel. 

Esta vida, a la cual nos atamos firmemente, sin buscar una salida inesperada, que nos haga más felices.

Recuerdo, aquellos instantes, donde la pasión por alguna persona de nuestro grupo de amigos, se convertía en un misterio inolvidable, donde al verla llegar, nuestro corazón palpitaba incansablemente.

Recuerdo, aquellos pasillos de la escuela, donde nuestro mayor deseo, era cruzarnos con quien llenaba nuestra alma y que nuestras miradas se unieran en un silencio absoluto. 

Cuando al mirarte, te saludara con una bella sonrisa y el día cambiara repentinamente a por completo.

Recuerdo, aquellas tardes cuando terminábamos de merendar, salíamos a la calle en busca de nuestros queridos amigos, en lo único que pensábamos, era que nuestros sentimientos volvieran a relucir, encontrándonos de nuevo en la plaza mayor.

Recuerdo, la primera vez que jugando a un juego, me tocó darle un beso. 

Todo el universo, se me vino encima y mis nervios estaban a flor de piel. Me sonrojaba y con una leve sonrisa esperaba aquel beso, que se convertiría en un recuerdo de mi pensamiento para siempre jamás.

Todo esto, era la pasión de una niñez inesperada, en la que el amor se vivía de una forma muy distinta a la que hoy en día conocemos.

 Donde cada segundo de vida, era un riesgo extremo para el resto de nuestros días.

Donde las miradas entre dos personas, llevaban en su mayoría, un gran gozo de inocencia, que hoy por desgracia se ha perdido.

Todo ello, siempre con una imaginación poderosa, que fue desapareciendo poco a poco con el tiempo, al acomodarnos a una vida sencilla y monótona.

Bendita juventud, que te llenaba de ilusiones y te apartaba de esta cruel realidad. 

Realidad que me destroza el alma día a día y me encierra en esta habitación oscura donde mis mayores deseos se esfuman por la ventana, para no volver jamás. 


 

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Jesús Lara González de Quevedo

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