La valentía de ser empresario

26.08.2019 | Redacción | Opinión

Por: Óscar Izquierdo

Presidente de Fepeco

En la sociedad actual, donde todo está mediatizado por ese pensamiento único, tremendamente ideologizado, ser empresario es una verdadera intrepidez. Están los obstáculos que podíamos llamar naturales, a saber, todas las trabas con las que se enfrenta cualquier actividad económica, que en principio son normales y se van solucionando a base de esfuerzo, constancia y mucha paciencia. Después nos encontramos con los impedimentos que podríamos llamar pejigueros, molestos en esencia y puntillosos por definición. Son los responsables políticos, abanderados de la cosa pública como solucionadora de todo, viendo a la iniciativa privada como a una depredadora de cuanto toca o hace. Tremendamente dogmáticos, una y otra vez denigran de palabra o con hechos al tejido empresarial. Generalmente son personas, que siempre han subsistido, por cierto, muy cómodamente, a la sombra de algún cargo público, puesto burocrático o académico, siendo esencialmente funcionarios de postín. Desde su visión unilateral de la vida, todo lo que sea contrario a su cosmovisión, cerrada e inmovilista, es malo por naturaleza y así ven sólo un color, que suele ser el de la ideología que sustenta su ideario. A estos personajes les vendría bien reflexionar sobre lo que dijo Albert Camus: “no camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo”.

Los empresarios, por su misma actividad, son necesarios para alentar en la sociedad el emprendimiento, que es esfuerzo y trabajo, llevando grandes dosis de riesgo y en muchos casos de aventura. Su dinamismo contagia las ganas de hacer cosas nuevas, de implantar métodos novedosos, de incorporar nuevas estructuras de funcionamiento. Sus ganas son infinitas, allí donde hay posibilidad de engendrar cualquier nueva actividad económica, encontramos al valiente de turno que se lo propone, lo hace e intenta sacar adelante. Es cuestión de dejarlo trabajar, sin ponerle muros burocráticos, ni impedimentos arbitrarios. Cuanto más vigorosa sea la actividad empresarial, mayor riqueza social se crea, aumentando el empleo, que sin duda es la mejor política social que se ha inventado. Vivir a cuenta de la subvención o del subsidio, que es lo que les gusta a los del pensamiento único, para dirigirla y controlarla, sólo trae consigo una sociedad adormecida, dependiente y boba. El economista Milton Friedman señaló que “tenemos un sistema que cobra cada vez más impuestos al trabajo y subsidia el no trabajar”.

El reconocimiento social del empresario es primordial para llevar esa cultura de la iniciativa a todos los ámbitos, empezando por los jóvenes que se incorporan al mundo laboral, después de años de estudio y formación. Que mejor bienestar para el conjunto, que poner esas cualidades aprendidas al servicio del mundo empresarial, siendo protagonistas de ese impulso generacional, que siempre es saludable y provechoso. Jóvenes empresarios con ímpetu y ganas de comerse el mundo, dispuestos a meterse en aquellas labores nuevas, ilusionantes al máximo o seguir capitaneando tareas que vienen de atrás, pero añadiendo las nuevas tecnologías y los últimos avances del tiempo presente. Es cuestión de cambiar la mentalidad, pasando de querer ser sólo funcionario, a pretender aspirar a ser impulsor y propietario de la propia vida.

Valorar al empresario es el inicio del progreso. Crear algo importante, es dar con nuevas ideas trasladándolas a la realidad. Persiguiendo oportunidades, emprendiendo acciones eficaces para hacerlas reales. Las ideas hay que cristalizarlas en proyectos reales y productivos, ahí están los empresarios valientes.


 

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