19.10.2025 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
adebernar@yahoo.es
El titular lo imaginé ayer y fue lo único que escribí hasta este momento en el que mi memoria se niega a darme explicaciones sobre tal elección. Ahora mismo no tengo ni pajolera idea de que añadir a tan rocambolesco encabezamiento. Ni cómo maridar este estofado. Pero vamos allá. A ver cómo meto un par de raciones entre las pequeñas cosas sin que repita o quede desabrido. Podría pedir auxilio a la inteligencia artificial y seguro que sacaba un guiso de estética medio decente, pero me da que al paladar iba a tirar más a insustancial que a “sabrosón”.
Y hablando de inteligencia artificial... la digitalización ha entrado sin ni siquiera llamar en nuestras vidas. Unas veces con ruido y otras en silencio. Lo cierto es que ha cambiado hasta los pequeños detalles, transformando hábitos cotidianos sin que casi nos percatemos. A zancadas se ha adueñado de nuestras conversaciones. Hemos pasado del cara a cara o del teléfono a los mensajes rápidos e inmediatos, pero fugaces. Elegimos cantidad sobre calidad.
El tiempo libre no se salva tampoco de la metamorfosis. Leer un libro impreso, disfrutar de un paseo sin el móvil o compartir un postre sin pantallas son pequeños placeres que alcanzan casi nivel de exquisitez. Una amiga me contaba como había dejado castigado a su teléfono en la casa sabiendo que no volvería hasta bien pasada la tarde. Y sobrevivió. Y lo pasó “del diez”. No es un juicio, solo la observación de un cambio que se está produciendo como el atardecer... sin hacer ruido.
En nuestras rutinas matutinas, la digitalización nos presenta amables compañeros: recetas en vídeo, alarmas programadas, listas de la compra digitales... Un cambio tan sutil como profundo. La tecnología, bien utilizada, nos permite acercarnos a personas distantes, distintas o iguales... y nos facilita las tareas. Solo hemos de encontrar un equilibrio, no dejar que el ruido digital ahogue la voz de las pequeñas cosas que también dignifican y enriquecen nuestras vidas. Pero otras pequeñas cosas nos la pueden amargar.
Resulta curioso cómo tantas veces las cosas más pequeñas, las más insignificantes, pueden ocupar absolutamente nuestros pensamientos. Cómo algo diminuto y hasta absurdo puede llevarnos a pasar un día –o muchos- sin hacer otra cosa que rumiar esa nimiedad. Cómo una frase que dijiste sin pensar hace tiempo, un gesto que ni filtraste o un correo electrónico que respondiste sin darle más vueltas puede convertirse en una gran crisis existencial que solo tú conoces, porque solo está en tu cabeza.
Cuando eso sucede, puedo desviar mis pensamientos escribiendo, leyendo o soltando tacos, lo que me relaja más que una meditación. Pero otras veces es imposible dejar ir las cosas, y de repente me encuentro inmerso en una espiral absurda de malentendidos conmigo mismo. Y ahí, en ese momento de acercamiento a los pequeños abismos, busco en el baúl de los recuerdos buenos. Y mira por dónde, siempre sale el remedio que como el bálsamo de Fierabrás sana todas las heridas y enfermedades. Hoy encontré el remedio en la magia de mi madre para encontrar el punto de sal al bacalao. Lo ponía en un caldero al que cambiaba el agua de vez en cuando. Se enfadaba mucho si yo metía los dedos y agarraba algún trozo. ¡Qué rico me sabía¡ Un par de bufidos no me los quitaba nadie. Todavía hoy me pregunto cómo es que siempre me pillaba. Hala... ya está. Lista para servir.
Feliz domingo.
PD Hace justo dos semanas que falleció D. Hermógenes Pérez. El que fuera alcalde de Tacoronte durante 16 años. Persona amable y respetuosa. Político y docente de vocación. Vivió la alcaldía con horario permanente. Estaba en todos los sitios. Gracias por su entrega y dedicación. DEP don Hermógenes.
El pasado martes, con la humildad que siempre le caracterizó, nos dejó el querido amigo y profesor Luis Ernesto Luis Suárez. Un hombre bueno y sensible. Un enorme poeta. Un lutier. Un ebanista. Mi hija guarda con todo el cariño el delfín que le tallaste. Lloró desconsoladamente cuando le conté que te habías ido. Eras bondad. Aquí seguías haciendo falta Luis. Mis condolencias a tus “muchachos” Marcos y Sergio.
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