Los buenos y los malos

18.05.2023 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

De entre las múltiples citas de Platón, esta me parece muy indicada para lo que se nos viene encima: “Allí donde el mando es codiciado y disputado, no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia”. Y es que nuestra realidad actual, desde la capital del reino hasta el pueblo más pequeño –pueblo pequeño… infierno grande-, se caracteriza por la disputa ininterrumpida por el poder político.

Lo curioso del caso es que desaparecido Julio Anguita –al que me resisto a bajar del altar- casi nadie habla del programa. Algo primordial para un elector responsable. Y, a la par, tampoco parece importar mucho lo que hayan hecho o dejado de hacer quienes han estado gobernando. Nos despertamos y salimos de casa con el discurso hecho. Tan hecho que nadie nos lo va a cambiar. Es posible que la campaña electoral sea absolutamente innecesaria. Al menos será así para la gran mayoría. Hay quien lleva años con el voto del 28-M decidido.

La política se ha reducido a esa lucha, que viene a ser la plasmación de una codicia sin máscaras ni otros disfraces. Decía el socialista Enrique Tierno Galván, -a quien tuve el honor de conocer y con el que charlé durante casi una hora en la base aérea de Matacán (Salamanca)- que “el poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado o estalla”. Y por lo que estoy viendo, la greña y el ruido partidario entra más en las casas que el trabajo de los que se entregan en el noble entendimiento que es la búsqueda del bien común.

El interés general parece que solo es interesante cuando el general soy yo. Y vemos que eso es así y que ocurre a nuestro lado y lo dejamos pasar. No movemos un dedo. Es como si no fuera con nosotros. Churchill decía que para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada. Pues eso mismo. Démosle una vuelta. No vaya a ser que tengamos tantos “buenos” no haciendo lo más beneficioso para todos, mientras progresan los ventajistas y los que buscan y anteponen su propio provecho.

Y vuelvo a Inglaterra para citar al historiador Arnold J. Toynbee, que con acierto escribía: “el mayor castigo para quienes no se interesen por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”. Solo por eso ya deberíamos tomarnos la política mucho más en serio. Estar atentos a lo que en ella acontece, para que el día de votar no seamos los “buenos que no hacen nada”, favoreciendo así a quienes buscan el interés particular.

La democracia tiene unas reglas. Se nos llena la boca hablando de ella y no sabemos ni lo que significa. Por supuesto que permite que todo el mundo exprese sus ideas, que las defienda, incluso que ataque con argumentos las del rival, pero lo que no está permitido en la lucha por el poder es utilizar la mentira y menos aún la calumnia o la descalificación ladina y marrullera. Algo que circula con cierta frecuencia entre los contendientes políticos, cuyo discurso se debilita lamentablemente en procesos de descalificación de los adversarios o en trapaceras defensas de lo propio, aunque sea impropio. Porque la lucha por el poder se sitúa lamentablemente, en demasiadas ocasiones, por encima de todo lo demás -valores morales incluidos-. Ya lo decía Gila: la política es lo peor que hay, a una madre –que es lo mejor de este mundo- le añades la política y se convierte en suegra.

Cuidar la democracia debería ser el principio fundamental de todos los políticos, sea cual sea el partido al que pertenezcan. Porque, en mi opinión, una cosa es ser militante y otra muy distinta convertirse en siervo o lacayo de unos intereses absolutamente partidistas y sectarios.

Las injurias tienen, sobre las razones, la gran ventaja de ser admitidas sin prueba alguna por un gran número de lectores. Esto es lo malo, porque el resultado es una sociedad mal informada y con escaso espíritu crítico. El insulto debería descalificar siempre a quien lo pronuncia y no a quien lo recibe. Pero no está ocurriendo así, y esto está rebajando lamentablemente la calidad de nuestra democracia.

Permítanme cerrar reiterando la frase de Toynbee: “el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”. ¿No es suficiente para reaccionar activamente? Piénsenlo. Después… voten.

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