Paraiso terrenal

13.12.2021 | Redacción | Opinión

Por: Óscar Izquierdo

Presidente de FEPECO

Ya lo hemos dicho reiteradamente y es bueno insistir, que el ecologismo, como movimiento sociopolítico, que propugna la defensa de la naturaleza y la preservación del medio ambiente, merece todos los respetos, como cualquier otra iniciativa, que se base en planteamientos serios, razonables o respetables. Todos tenemos que aportar, para dejar a nuestros hijos y nietos, es decir, a las próximas generaciones, un mundo saludable, en fin, vivible. Es verdad, que es una cuestión de supervivencia, por lo que es imperioso poner todos los medios oportunos para, entre todos, lograr el objetivo de un desarrollo sostenible, que preserve el presente y asegure el futuro. La inmensa mayoría de la población está de acuerdo con estos planteamientos, porque sencillamente son creíbles, sensatos y procedentes.

Las discrepancias empiezan, cuando ciertos grupos, personas, instituciones o entidades de todo tipo o variedad, intentan monopolizar la defensa del medio ambiente, como algo ideológico, cerrado en ciertos círculos académicos, funcionariales o técnicos, para imponerlo al resto de la sociedad, sin dialogo o consenso, sino a la fuerza e impuesto por las bravas. Es la dictadura del pensamiento único, que pretende obligar a pensar, actuar y decidir al resto de los ciudadanos, como ellos, por cierto, minoritarios, quieren que sea desde su cosmovisión ideológica. Están convencidos de pertenecer a una corporación y nunca mejor dicho, privilegiada, diríamos que mesiánica.

Buscan continuamente enemigos a los que denigrar, atacar e intentar desacreditar. Necesitan el frentismo, la pelea y el barullo, donde se mueven con mucha facilidad o comodidad máxima. Utilizan masivamente las redes sociales para inundarlas con sus mensajes catastróficos y en algunos casos apocalípticos. Además, de serviles para embestir a los que no piensan como ellos, porque no admiten la discrepancia, sólo vale lo que plantean, sin admitir reproche alguno. Mejor dicho, se creen o están por encima del bien o del mal, siendo unos verdaderos iluminados o místicos del siglo XXI. De lo que se trata, es de crear miedo generalizado en una sociedad, con el fin de amordazarla, para de esa manera mejor controlarla. Detrás de muchas de estas camarillas seudo ecologistas, se escogen objetivos claramente políticos, electorales y pretendientes obsesivos de conseguir el poder para implantar sus agendas totalitarias. Cuentan con ídolos infantiles o adolescentes, que adoran, escuchan y admiran como cuasi dioses, para liderar un movimiento global, que llene todo el mundo del mensaje único que quieren implantar.

Los empresarios en general y los del sector de la construcción en particular, suelen ser sus dianas preferidas. Se oponen a cualquier obra, tanto pública como privada, sin analizar los pros y los contras, sólo les preocupa la paralización de las empresas, como objetivo primario, para después conseguir que todo siga igual, para empeorar. Hacen del ecologismo un espectáculo, lo mismo se suben a una grúa, que montan una acampada, recogen firmas por todo el planeta, hacen pegativas negras con el famoso NO a todo o una batucada para alegrar el ambiente. Sibilinos al máximo, parecen que no rompen un plato, pero si pueden, escachan a todo y a cuantos se opongan a sus planteamientos radicales.

Quieren vivir en el paraíso terrenal, pero eso sí, con buenos coches, aviones, teléfonos móviles, ordenadores, viviendas, carreteras, hospitales, escuelas, universidades y todo tipo de comodidades, que la sociedad digital y moderna aporta. No se dan cuenta o miran para otro lado, para comprender una verdad de Perogrullo, a saber, que desde que nacen hasta la hora de partir, la construcción les hace la vida más llevadera, cómoda y confortable. Frente a su pesimismo aciago, hay que hacerles frente, con el optimismo del progreso humano.

Imagen de archivo: Óscar Izquierdo, presidente de FEPECO

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