15.06.2025 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
adebernar@yahoo.es
Hay gente que se mofa sin ningún remilgo de “cosas” -llamémoslas así- como la empatía, el cariño o la cercanía emocional... Se ríen de estas "tonterías" y alardean de lo que consideran verdaderamente importante: cifras y datos.
Qué pedantería. Qué torpeza. Tremenda estupidez. Las personas inteligentes, los VIP, se centran en los números, en la economía, en la pasta. No sé si a sus hijos, en lugar de darles un beso al llegar a casa, les entregan una carpeta con llamativas estadísticas sobre el fraude fiscal o la cotización en bolsa: -Toma, hijo, algo verdaderamente importante. Empápate. Besos no, qué ñoñería. Empatía no, qué ridiculez.
Los niños y las niñas –tanto monta-, para estar psicológicamente sanos, necesitan sentir afecto. Lo necesitan para vivir felices, para desarrollarse adecuadamente y hasta para poder dormir.
Recuerdo con claridad la primera vez que mis hijos –que tendrían 10 y 11 años- se fueron a un campus de baloncesto a La Gomera. Clara siempre ha sabido tragarse los malos tragos sin que apenas se le note. Jan es todo lo contrario. El día antes de irse me dijo que estaba preocupado por si no se podía dormir, ya que yo no estaría para darle un beso cuando se metiera en la cama.
-¿Qué hago si no estás allí? ¿Y si pasan las horas y no me duermo? Por una parte quiero ir y por esa parte no. Recordé entonces este viejo cuento infantil:
Hace ya tiempo, un hombre castigó a su niña pequeña, de 3 años, por desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver. El dinero era escaso en esos días, por lo que se enfadó cuando vio a la chiquilla envolviendo una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad. Sin embargo, a la mañana siguiente, la niña le llevó el regalo a su padre y le dijo:
-Esto es para ti, papá.
Él se sintió avergonzado por su reacción de furia del día anterior, pero volvió a explotar cuando vio que la caja estaba completamente vacía.
-¿No sabes que cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo dentro? La pequeña miró hacia arriba con lágrimas en los ojos y dijo:
-Oh, papá, no está vacía. Yo soplé besos dentro de la caja... Todos para ti.
El padre se sintió morir. Abrazó tiernamente a su hija y le suplicó que lo perdonara.
Se cuenta que el hombre guardó esa caja cerca de su cama por años y siempre que se sentía derrumbado tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto allí.
Cada uno de nosotros ha recibido una caja envuelta en papel dorado, llena de amor incondicional y besos de nuestros hijos, amigos, pareja o familia... Nadie podría tener una propiedad o posesión más hermosa que esta.
Los afectos son determinantes para alcanzar la felicidad. No es una cuestión menor. Y la familia, tantas veces preocupada por dejar a sus retoños en herencia conocimientos, dinero, casas… haría bien en preocuparse por el caudal de afectos que van atesorando sus hijos e hijas en la vida cotidiana y que serán, no les quepa duda, su mejor herencia. Y en la escuela igual. Un alumno emocionalmente sano está en mejores condiciones de aprender que el que tiene el corazón descuidado.
Despreciar la vida afectiva de las personas es de una torpeza inusitada. Podemos ser infelices siendo extraordinariamente ricos, famosos y poderosos. La felicidad de las personas no está en la cartera… está en el corazón.
Feliz domingo,