Soledad

27.04.2023 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Uno de cada siete españoles se siente solo”. Es el titular. Estar, querer estar o sentirse solo no es lo mismo. Los primeros tienen fácil remedio. O ni siquiera lo necesitan. Sentirse, sentir la soledad que te nubla el horizonte es peor. Apenas tiene que ver con estar solo y menos o nada con querer estarlo. La imposición de la soledad es un peso muerto que no deja de crecer en nuestras vidas. Las edades son muy puñeteras. No podemos escupir hacia arriba. Somos espíritus de contradicción. Nos decimos: “Estaría mucho mejor solo”, hasta que apuramos ese cáliz. Demasiado amargo para tomarlo sin nada. Sin nadie.

Tampoco es lo mismo solo que solitario, matices en las acepciones a un lado. Venimos dañados de la pandemia, especialmente todos esos chavales a los que les detuvieron sus vidas sin darles alternativa. “Los jóvenes entre los 16 y los 26 años son los que más solos se sienten en España”. Como en todo, hay quien lo supera y hay quien se queda. Lo que vale para uno, no tiene por qué servirle a otro.

Se fue, o casi, una pandemia y nos dejó otra peor: la pandemia de la soledad. Necesitamos a los demás. Ese reflejo, siempre y cuando no busque dañarnos, nos mejora. El roce fabrica cariño. Necesitamos la piel. Como necesitamos no escuchar solos nuestro silencio. El silencio como tarea es ensordecedor. Nada apena más que llegar al descansillo de unas escaleras donde sabes que vive una persona mayor y oír la tele demasiado alta. La única compañía de quien está dentro. Precisamos lazos para no pensar en sogas. Es terrorífico no poder recurrir a nadie para que nos espante los fantasmas. O, simplemente, para que nos tienda su mano y nos ayude a levantarnos.

El antídoto. La amistad es el cemento del mundo. Sin amigos, el mundo se estaría ahogando en grietas, abismos y barrancos. Los amigos forman cadenas, visibles e invisibles, que unen cualquier rincón del planeta. Se dice que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Es verdad. Los amigos están ahí cuando se necesitan, más en las penas que en las alegrías, y también al revés. Escuchan y aconsejan. Tener un amigo es poder estar callados una tarde y sentirnos a gusto, como si el silencio fuera mentira.

La amistad se puede usar con o sin, nunca se gasta. Por algún sitio leí algo que me sigo repitiendo: un amigo nunca se cruza en tu camino, a menos que te estés cayendo. El mapa de nuestra vida, en cierta medida, lo pintan ellos a pincel. Por lo tanto, cuando falta un amigo, se pierde parte de nuestra existencia. Con ella se van las risas, los abrazos, las canciones que cantábamos bastante mal –aquel 20 de abril del 90 de los Celtas Cortos- las ilusiones, los festejos de bodas y bautizos, el sol con sus noches, el carnaval, el mar, la playa, las confidencias que solo los amigos guardan en secreto.

La amistad, en sí misma, es la mejor y más grande de las confidencias. Tiene sus secretos y sus aristas. No es fácil cultivarla, pero una vez que crece no debes dejarla ir. Aunque a veces, caprichosamente y hagas lo que hagas, se va. Un amigo es un seguro de supervivencia. Cuando está a tu lado. Y también cuando no lo está. De él siempre quedarán las sonrisas, más que las sombras. Las alegrías, más que todas las penas. Un amigo, una amiga de verdad es alguien que sabe todo sobre ti y, a pesar de todo, te ama incondicionalmente. Es el único capaz de decir, mirándote a los ojos, que hay cosas que no se deben hacer. La amistad es el antídoto contra la soledad padecida. El cemento del mundo. No lo olvides. Tú. Sí, tú.

Y algunas veces suelo recostar

Mi cabeza en el hombro de la luna

Y le hablo de esa amante inoportuna

Que se llama soledad…”

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