Solo llegaron antes

03.03.2023 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Este último escrito del veintidós, alumbrado en el veintitrés, te lo dedico a ti. Y a mi madre. Y a la tuya. Y a su padre de usted. A las personas mayores. A todas. Algunos les dicen viejos. Viejas son las cosas. Ellos y ellas solo llegaron antes. Míralos cuando te miran. Cuando creen que no te das cuenta de que te están mirando. Los ojos de los mayores son la lavanda. La colonia fresca de los días.

Son un tratado de historia. Y también una geografía: el mapa exacto de la existencia, con sus recovecos, sus límites de luz y sombra; en resumen…la vida. Hay ancianos de ojos de barro enterrados de sol a sol, laboriosos y cansados. Pero iluminan. Ancianos con ojos de mar, tan azules que hablan cuando miran horizontes infinitos. Ya lo dije: las personas mayores son mayores porque llegaron antes. Sus manos escriben, aunque no sepan escribir, los poemas más edificantes. Y cuentan mejor que los que se dedican al oficio de contar -novelistas y otras faunas-. Hay ancianos de la tierra. Y otros que son astronautas que, de estrella en estrella, tejen ternura. Tergales y seda. También de cheviot y bufanda. Mayores a lomos de caballos de colores, arcoíris, paleta de pintor.

Están también los enamorados de la noche, embelesados y ensimismados en la costumbre de recordar. Y personas mayores que no recuerdan pero saben cuánto amaron. Se habla estos días de los ancianos que están solos, que siempre están solos. No tienen tarjeta de presentación, ni redes sociales, y este frívolo mundo cibernético los borra. Ya han cumplido su misión en la vida. Solo queda distanciarlos, separarlos, como viejos armarios apestados de carcoma.

Los medios hablan de los ancianos que pasan necesidades. De los tristes y abatidos. Apago las noticias y me pregunto en qué momento el ser humano perdió el adjetivo. Somos seres, simplemente, que apenas miramos a los viejos que no tienen tarjetas de presentación. Son mayores porque llegaron antes. Vale la pena aprender esta lección. No la olvides, como algunos ancianos olvidan los nombres de sus seres queridos. Sin embargo, recuerdan el olor de todas las caricias. Lavanda y colonia fresca. Y de la tierra mojada por la lluvia.

Está lloviendo. Llueve para que los mayores sueñen y las gotas enamoradas dibujen caricias suaves sobre la piel arrugada. Llueve para unirnos a la esperanza. Para que la lluvia se mezcle con las lágrimas y de una vez por todas dejemos de llorar. O, al menos, que no se nos note. Ahora tal parece que no lloramos. Que todo son risas, sonrisas y dientes muy blancos. Ellos no lo entienden. Pantallas de televisión, pantallas de móviles y pantallas y pantallas… cada día más esclavos de la frivolidad y la estupidez. El mundo nunca ha estado más sumergido en el abismo del cretinismo.

Pienso en mi padre mientras llueve. Como lo hacía cuando se fue inesperadamente. Miro a mi madre que aprovecha cualquier excusa para reclamarme y estar más conmigo. ¡Dios… déjamela siempre! Sigue lloviendo. Lo siento por la tristeza. Hoy puede ser un gran día. Adiós a la calle melancolía. Que reine el reino de la alegría. Que se volatilíce la pobreza, la guerra, la tristeza o la depresión. Año nuevo vida nueva. Un poco más mayores, más sabios, más justos, más sinceros, más buenos, más amables, más generosos. Nosotros, usted y yo, en nada… habremos llegado antes. Antes que todos. Y si no mala señal.

 

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