Un día ¿y ya está?

17.03.2023 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

Cuentan que a uno de aquellos reyes de tiempos no tan pasados, le llegó la noticia de que había en el reino un individuo que tenía un extraordinario parecido con él. Curioso e inquieto, hizo llamar a palacio a quien decían que era su vivo retrato. Al comprobar el asombroso parecido le invitó a comer. Le faltó tiempo, después de hacer los cálculos necesarios, para plantear la cuestión que le desazonaba: - ¿Sabe usted si por esos años, su madre sirvió en palacio?, preguntó el rey. -No, majestad, el que sirvió en palacio por aquellos años fue mi padre.

La afrenta estaba precisamente ahí, en el deshonor de la reina, no en la hombría del soberano. Este tipo de historias demuestra que no hay una moral equivalente sino una doble moral. Que no existe igualdad de derechos. Porque no hay igualdad de opinión ni de acción. Sí, ya sé que el Día de la Mujer ya pasó. Lástima. Tal vez se debiera celebrar al menos los primeros viernes de cada mes, como una devoción religiosa. En el disco duro de según las personas, este asunto dura poco más de las veinticuatro horas del 8M. Y casi la mitad duermen.

Sin embargo, las cosas están cambiando. Lentamente. Difícilmente. Y a veces se sufren dolorosos retrocesos. ¿Por qué nuestros jóvenes -ellos y ellas- cantan y bailan al son de las letras de las canciones machistas de los raperos puertorriqueños? ¿Por qué muchas chicas no piensan que el control de sus móviles por sus parejas es un insoportable gesto de poder? ¿Por qué piensan que los celos son una muestra de amor?

Más preguntas señoría: ¿Quién les devolverá la vida a quienes la han perdido por amor, por devoción, por sacrificio, por vasallaje…? ¿Por qué se le ha cedido a la mujer el asiento en el autobús o se le ha brindado la preferencia en el paso, cuando se le negaba un puesto en la sociedad y se le cerraba el camino hacia el trabajo o el poder? La mujer del general es el general del general, decía Schakespeare. Pero en todos los derechos sociales seguía siendo soldado raso.

Tengo claro que la bandera de la liberación ha de ser de las mujeres. Esta es su gran causa. Ellas son las protagonistas de su lucha. Y ellas son las que han hecho avanzar su historia de liberación. La batalla más poderosa que ha existido nunca. La liberación es tarea de quien se libera, no de quien pretende liberar. No hay peor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor. Un poco el síndrome de Estocolmo. Y si la mujer no evoluciona, de poco sirve la acción externa. La libertad concedida produce transformaciones superficiales. La libertad conquistada llega a las zonas más profundas del ser. Pero ¡ojo!, para nosotros también hay papel.

Tenemos mucho que pensar y que cambiar. Tenemos que cambiar nuestras concepciones, actitudes y comportamientos para superar las graves secuelas de una terrible historia. Circula estos días una viñeta en la que se ve a una mujer tendida en el diván. El psicoanalista le dice: Según lo que usted me cuenta veo que su problema está en el inconsciente y vamos a tener que analizarlo. Y ella responde: pues mire usted, doctor, no creo que mi marido quiera venir.

Todavía queda mucha discriminación. En el lenguaje, en las expectativas de los padres y las madres sobre sus hijos e hijas, en las actitudes, en las relaciones, en los juegos, en los estudios, en la elección de carrera, en la búsqueda de empleo, en la sexualidad, en la remuneración de los trabajos, en el acceso al poder, en la moral, en los chistes, en la publicidad… Es tarea de todos y de todas educar para la convivencia armoniosa, para la igualdad de oportunidades, para la tolerancia y para la equidad.

Los hombres tenemos la obligación de ser feministas. No todas las mujeres lo son y tendrían que serlo. Tenemos que avanzar hacia una nueva masculinidad para que no sea inteligente concluir: “Pienso, luego estoy soltera”. O como decía el humorista Borges en una de sus inolvidables viñetas: “Hija, no te cases nunca con un marido”.

¿Quién devuelve a las mujeres que renunciaron a viajes, estudios o amores la posibilidad de tenerlos? Reconocer después de siglos los errores es un ejercicio de cinismo si no se evitan los que se están cometiendo. Que no nos pase a nosotros.

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