Vivir en un abrazo

02.12.2020 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

La vida es un continuo aprendizaje. Pero todo lo llevamos con demasiada prisa para que nos vaya calando. Ahora más. Recuerdo con nostalgia –quién lo iba a decir- aquel julio del ochenta y seis, yendo en la guagua a enfrentarme al primer examen de la oposición. Había salido con tiempo pero de pronto el bus se paró. Los nervios me estaban comiendo. Me daba miedo no llegar o hacerlo tarde. El motivo era que el conductor había reconocido a un amigo que caminaba por la acera y le pareció que se debían una charlita justo en ese momento. Ni un solo pasajero dijo ni mu. Y los coches que iban detrás esperaban pacientemente. Yo, recién llegado, ni abrí la boca. Sería la normalidad. No pasó nada. Llegué a tiempo, aprobé el examen y me quedé con la copla. Tardé poco en adaptarme a esa nueva filosofía que a la postre he dado por bastante más inteligente.

Hablaba de aprendizaje aunque no todo se puede aprender. Se puede aprender a sumar con ochenta años, pero a ser buena persona, no. Hace tiempo tuve una alumna de setenta y cinco y aprendíamos juntos. A Efigenia le enseñaba matemáticas y a leer. Ella me daba lecciones de vida. Y me traía arvejas y vino de su cosecha en botellas de Seven Up. Está claro quién salía ganando. Gracias.

A ser buena persona, decía, se aprende desde que uno es pequeño. Por eso son tan importantes los valores. Y, por esa misma razón, no podemos renunciar a la ética y la filosofía en nuestros colegios y en nuestros institutos. Porque son muchas las familias que, por cien mil motivos, dejan en nuestras manos la educación de sus hijos, en todos sus matices. Otras… se los ceden a Internet o a la televisión. Tenemos una generación en general –no metamos a todos en el mismo saco- de consentidos y más inmadura, de madres y padres más permisivos de lo que eran los nuestros, donde la adolescencia cada vez se alarga incluso hasta que se independizan de casa.

No nos puede extrañar entonces, que a pesar del bombardeo diario sobre el obligado uso de las mascarillas, del distanciamiento social, del peligro que conlleva esta plaga… adolescentes y mayorcitos se lo sigan pasando por el arco de triunfo como pude comprobar esta misma semana en una cafetería de El Médano. Con más de cuarenta personas, la mayoría adolescentes, en un recinto ajustado, sin mascarillas ni distancias ni nada, celebrando un cumpleaños como si 2020 no hubiera llegado. Tan frescos. ¡Qué coraje¡

El adolescente bebe y conduce porque cree que el accidente le ocurre a otro. En este caso, con la Covid, se aplica igual, es la “percepción de riesgo cero” propia de la edad. No tienen miedo porque piensan que ellos no van a enfermar. El mensaje que les ha llegado es que el virus sólo mata a los mayores y tampoco creen ser un peligro, a la hora de transmisión, para los adultos. Al parecer, no han aprendido nada de toda esta calamidad. Son estos inconscientes los que aprietan el gatillo en sus casas. Y en las de sus amigos.

Prioridades desordenadas. A ver quién se las coloca. Lo importante es la salud. Y la familia. Y los amigos. El tiempo que se pasa con los hijos y con los padres es tiempo ganado. Un día no podremos hacerlo y ya no habrá vuelta atrás. Los besos y los abrazos que no damos, no regresan. Y no se pueden sustituir por nada. No se dan de wifi a wifi, sino de corazón a corazón. Mira al cielo y a los ojos. Besa con más pasión. Ama, cuida y respeta cuanto te rodea. Después, agradece. Yo… me quedaría a vivir en un abrazo.

 

Imagen de archivo: Alejandro de Bernardo

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